miércoles, 17 de diciembre de 2008

Oblit...

I com tot, caurà en l'oblit.

I sí, tinc por de caure en l'oblit, tot i que de fet m'està bé caure en l'oblit de certes persones.

No, no vull caure en l'oblit de certes persones, no vull que un dia em desperti i ja ningú em recordi, no vull viure pensant que un dia puc marxar lluny i que ningú em recordi, no puc viure amb la idea, dins del meu cap, que qualsevol dia puc saludar-te i no em coneguis...

I és que no vull caure en l'oblit.


Caminar, caminar i voler anar enllà, atravessar la porta derruïda i veure que després d'aquesta no hi ha res més, tan sols desolació i que no hi ets per a explicar-te el que faria en aquesta desolació, dir-te què és el que voldria tenir, sense tenir en compte la Lluna...

I és que és bonic pensar que qualsevol nit pot sortir el sol però no tot és eternament bell ni eternament viu ni eternament recordat.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Una llaga, como una gema en el desierto

Bé, aquesta entrada és proporcionada per Iago Fernández.



El cielo estaba húmedo y tiene en los tejados bajos de esta zona de Cataluña su rompiente, es ya noche, una noche que, horariamente, se ha adelantado haciéndose desagradable, también son los lindes de la época de la natividad y parecer que, de pronto, de un día para otro, hay un hermanamiento muy serio entre todos los paseantes, que son adultos, colegiales con un castañeteo de cartabones en los morrales, longevos o bien recienes.

Recuerdo un relato de Cortázar donde una estudiante pasa pedaleando un bosque también húmedo, de lechos uniformes y terroso y creo poder relacionar la imagen de este cielo y esta tarde catalana con aquel relato que, aunque apátrida, me daba la impresión de ver en la corredora una ligereza en el paso que yo no tenía, quiero decir que lo relacioné por que las maneras distintas de andar por un lugar semejante contrarrestándose. La muchachilla había salido por puro gozo mientras que yo lo había hecho por una obligación o, mejor dicho, por saneamiento, ya que cuando me crispó o temo por cualquier motivo no puedo más que moverme para calmar al nervio y, visto que mi piso ha sido nada más que un conato de claustrofobias por mi estatura, no tuve más remedio que caminar por la Diagonal barcelonesa. Por aquel entonces -invierno del 07- tenía una pareja que, mas o menos cumplías sus labores de estabilidad, aunque aquel día nos habíamos movido por aristas y desconsideraciones que no tenían ningún sentido, por lo que ella terminó yéndose alrededor de las cuatro de la tarde y yo quedando con la lámina sonora de un portazo en la mejilla. Si hubiese sido más pertinaz no hubiese eludido las evidencias: por ejemplo, el desorden del piso, con promontorios de ropa y muebles colocados con irregularidad y unas medias enguantando la manilla del dormitorio, que antes sorteábamos con lozanía, ignorándolo o bien consintiendolo, por el que, ahora, no podía más que condenar como si el desorden gestase una víbora inmensa y prieta. Quedarse en ese estado de incertidumbre en el que uno no puede más que confiar en si mismo, en su propia voluntad o capacidades, y por tanto en algo muy poco rentable en mi caso, me llevo al nerviosismo, a volcar una estantería con estuco al no encontrar nada de dionisíaca graduación que llevarme a los labios, porque lo único que me calma es el abrevar mitológico, el reducirme a cíclope. Así que salí, como ya he dicho, a la Diagonal barcelonesa con un cuelo humedo que tenía en los tejados bajos su rompiente, primero sin ningún destino, sin nada más que moverme con absurdided y asentarme, aunque luego compraría en una librería de viejo el tomo de relatos cortazianos en el que habría de topar con el silente relato de la muchacha que me valdría como simil en el exordio de esta crónica. Luego compré una cajetilla de cigarrillos Chesterfiel que ahora son metalizadas y no acartonadas -algo que es poco práctico para el artesano- pero que al abrirlas se descubre a los cigarrillos envueltos en un papel de calcar donde vienen impresas unas señoritas de la Norteamerica de los años sesenta, mostrando sus muslos nocivos desde un andamio elevado sobre Manhattan.

Bajando el Carrer de Numancia, frente a una escuela parvularia con la cristalera acartonada de manualidades epifánicas y triangulares, di de bruces con un joven -de no mas que una quincena de años, pelo cortado al cepillo, arquetipo marine- que tenía asida a una joven de su edad -semejante a las señoritas de Chesterfield pero que en lugar de acicalarse con traje de baño y parasol, lucía abrigo de venatoria- y la abofeteaba. Y yo que no pude más que cerrar los ojos con gran presión, como si corriese o limpiase de cuerpos un vacio, y apartarme, porque apenas puedo detenerme ante alguien golpeando a una mujer que es, para mi, platónica acogida o seno dulce y nada más, a pesar de que, en aquel mismo momento, caminase zaherido de piel hacia dentro por una mujer misma. Tuve que pasar de largo y compré en una licorería holandesa absenta verde, con una graduación que es la hermana menor del alcohol puro pues, incluso podría llegar a zurzir una herida leve, clarear una llaga bucal, si esque se resiste su ariete despues del cual uno ya no alcanza a contar ninguna serie de cosas que superen el quíntuplo.

Creí que podría entrar de nuevo en el piso, como si realmente fuese lo que realmente es: un espacio para eludir la intemperie y llevar, con mayor o menor dignidad una vida de estudiante aburguesado y, sin inmutarme, porque ya me ha ocurrido tropecientas veces, me vi, como alienado por mi mismo, por un misticismo no sabía bien de donde, incapaz de querer entrar en aquel espacio cerrado y caer en la recapacitación, en la sinceridad, en el alcohol sin vigía ni otros ojos. Fui a un parquecito malsano y me sente en un banco de tablillas oscuras y posaderas de hierro forjado, abri mi cuadernillo y saque cada uno de los enseres con capuz de escritura y escribí hasta este preciso punto, procurando no rebelarme como conciencia o pensamiento o por lo menos como conciencia y pensamiento autónomo de la página. Encendí un cigarrillo Chesterfield intentando esta vez no pararme en calcular la curva de los muslos de las señoritas del andamio para así no retornar a los posos temibles, a las analogías que, de seguro, mantenían aquellas curvas perfectas con sus muslos, y empecé el relato de Cortazar de la muchacha en bicicleta, dejándome llevar en ese estilo domado y arenoso como un ejercicio de cuádriga. Recordé que la literatura me había dado ánimos siempre en los momentos oportunos -y me sorprendo aquí usando adjetivos positivistas, inusuales en mi, yo que le tengo ese cariño de mago a la peyoración- como si las oes fuesen mucho más que balsas y las efes mucho más que cintas y sobretodo, recordé aquel verso de Panero que decía "una yaga como una gema en el desierto". Lo leí por vez primera en otra tarde semejante del año posterior -recuerdo, invierno del 08, y si, parece diametralmente tenebroso- cuando ya creía que aquel poeta tan peraltado en mis años más jovenes donde releía a los Enfants Terribles continuadamente, estaba destruido por la locura o, por la locura, como Artaud, tocado por una lucidez lingüistica incomprensible para mi. Cogí del anaquel de una librería de viejo -porque cada vez que mi aspecto psíquico es deprimente, ya que el físico lo será de por vida, acudo a la literatura y al polvo- la última publicación de Leopoldo María Panero descubriendo aquel verso que aquel día sería tan significativo y reconstituyente, como si comprender que todavía él podía maravillarme, y sentí aquí como la visión de un doppelganger o algun hechizo blanco, cobrara confianza en ambos, en el, en mi, tanto que, luego, dí ese título a una crónica muy pesimista.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Crujidos - Nacho Vegas

"Y si no encuentras fuerzas para salir de aquí,
yo las sacaré de donde sea y seguiré sin ti"
Me dijiste algo así con voz grave y resignada,
me grabé tus palabras y me vestí listo para comenzar.

Día uno en pie, comienzo a andar,
he de aguantar, lo puedo hacer.
El día dos avanza hasta el final
y llega el día tres, lo vuelvo a estropear.
Así que vuelta a empezar.

Día uno en pie, no he de pensar,
ya es día 2, Alprazolam,
comienzo a hablar y no me hago entender,
y llega el día tres, lo vuelvo a estropear.

No preguntes ni por qué ni por qué no,
sólo yo sé el motivo y no es bonito.

Me mudaré a otro sitio, me iré de esta ciudad,
pero ahora es de mí mismo de donde me quiero escapar.

No me des flores cuando aquí hay lirios y rosas,
las querré el día en que ya no quede una sola.
Entonces, ¿me complacerás?
Y dime, ¿cómo lo harás?

Día uno en pie, ¿qué puedo hacer
para encontrar restos de fe?
El tiempo pasa doloroso y lento
y luego en un momento lo vuelvo a joder.
Y entonces vuelta a empezar...

Día una en pie, siento pensar
cómo evitar sentir, pensar,
morir de sed y beber del mar
y al segundo día he vuelto a fracasar.

Si te miento no será por mezquindad,
estas penas siempre llegan por torpeza.

Día uno en pie, ¿qué puedo hacer
sino esperar verlo acabar?
El día terminó con un crujido,
me despierto herido y grito en soledad.

Que es jodido ya lo sé,
pero no es dramático,
esto no es tan trágico,
esto no es un drama, no,
te diré mil cosas por las que llorar...